viernes, 26 de mayo de 2023

LA DANZA DE LOS BANQUEROS

 

A quienes os vaya bien por la hora y el lugar, os esperamos el jueves, 6 de julio en La Llar del Llibre, de Sabadell













“La danza de los banqueros”. 

Una novela amena en la que no paran de ocurrir cosas y donde cada página contiene un aviso —o una amenaza— de lo que puede venir en las páginas siguientes.

 



viernes, 5 de febrero de 2021

TRAMA ESQUINÇADA

 Us va agradar "Una trama mal ordida"?, doncs ara ja podeu llegir la segona part: "Trama esquinçada".

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¿Os gustó "Una trama mal ordida" (Una trama mal urdida)?, pues ahora ya podéis leer la segunda parte: "Trama esquinçada" (Trama rasgada).



Al complir els vuitanta anys, la senyora Paula Riba,
propietària de l’empresa tèxtil sabadellenca Hereus de Ginebró, S.A., ha convidat a un creuer de dues setmanes
per les illes Hawaii als seus fills, per als quals té reservada una gran sorpresa.

Però la presència d’una persona que no hi estava convidada farà que les vacances tinguin un desenllaç molt diferent del que havia previst la senyora Paula.


jueves, 20 de julio de 2017

EL RETORNO DE MESIDOR, de Francesc Rovira Llacuna

       La extraña atracción erótico-necrófila que siente el profesor de historia, Joaquim Negre, por Charlotte Corday —la joven que fue ejecutada en la guillotina en 1793 por haber asesinado al revolucionario francés Jean Paul Marat— parece materializarse cuando entabla una relación con una mujer casada, llamada Margot Favre, de cierto parecido con Charlotte Corday. En el fondo se pregunta si esa irresistible joven de carne y hueso no es más que un sucedáneo de su auténtico objeto de deseo: la difunta Charlotte Corday. O —llegando al absurdo— si ambas son la misma persona.
La muerte de Marat. J.L. David, 1793.

       Una historia de suspense y erotismo en la que mueren dos hombres, cuyo asesinato parece calcado al que cometió Charlotte Corday hace más de doscientos años, como si su espíritu hubiera viajado en el tiempo para ejecutar una venganza.


Veamos cómo nos lo cuenta el propio Joaquim Negre:

Mi fascinación por el óleo, titulado La muerte de Marat, pintado por el artista contemporáneo Jacques Louis David, surgió poco después de matricularme en historia. Cualquier estudiante conoce esa pintura, aun sin haberla visto del natural —como es mi caso—, gracias a que ha sido reproducida miles de veces en catálogos de arte, en enciclopedias, en tratados de historia y hasta en folletos turísticos; también en internet. Aunque es difícil de precisar, muchos especialistas en arte sostienen que está entre los quince o veinte cuadros más conocidos del mundo, por detrás de La Gioconda, el Guernica, la maja de Goya o el autorretrato de Van Gogh.
Palau Macaya. P. Sant Joan, 108. Barcelona.
Lo que me cautivaba del cuadro, más allá de la pintura en sí, era la personalidad de Charlotte Corday, la valerosa joven de veinticuatro años que segó la vida del político para poner fin a sus ejecuciones en la guillotina, aun a sabiendas de que esa acción iba a pagarla con su cabeza. Charlotte no aparece en la pintura de Jacques Louis David, dado que el artista solo quiso mostrar el instante posterior a su salida de la estancia, con la víctima aún agonizante. Pero su cara es conocida gracias a óleos de otros pintores de distintas épocas que plasmaron el mismo suceso. 
Esa misma escena fue pintada en el siglo XX por otros artistas, entre ellos, el excéntrico pintor noruego Edvard Munch, y también por el genial Picasso, adaptándola cada uno a las peculiaridades de su escuela. Y más recientemente, ya comenzado el siglo XXI, por el joven pintor gallego Tono Carbajo, que se inspiró en la representación que se da del asesinato en la obra teatral Marat-Sade.
Mi atracción por Charlotte Corday adquirió una marcada inclinación erótica la primera vez que tuve ocasión de contemplar, del natural, el óleo de Edvard Munch, en  una exposición que se llevó a cabo en el Palau Macaya, a la que fuimos de visita cultural los alumnos de primero de historia, para contemplar una muestra monográfica de sus obras. Se exponían quince o veinte telas, prestadas por museos o por coleccionistas privados. El cuadro titulado El grito, con ese personaje despavorido que se lleva las manos a la cabeza junto a la barandilla de un puente, era oficialmente la estrella de la muestra, pero La muerte de Marat, expuesta a pocos metros, fue la pintura que me cautivó. Aunque lleva el mismo título que la tela de Jacques Louis David, ambas obras presentan notables diferencias.
La pintura de Munch muestra una versión sui géneris del mismo asesinato, en la que el cadáver de Marat yace boca arriba, mientras Charlotte permanece de pie a su lado, desnuda del todo, junto a una mesa con varias piezas de fruta, que quizás trata de sugerir el final de un banquete íntimo. 
La muerte de Marat. E. Munch, 1893.
Fue esa inexplicable desnudez de la joven revolucionaria lo que hizo volar mi imaginación, para desencadenarme unas fantasías en las que atribuía al crimen un cariz sexual que no se contempla en el cuadro de David ni figura en ningún libro de historia. Las mismas fantasías —supongo— que asaltaron a Edvard Munch cuando decidió quitarle la ropa. Más tarde, leí diversas versiones sobre el apuñalamiento y la posterior ejecución de Charlotte en la guillotina. 
Con los años, mi devoción por esa enigmática joven alcanzó tal intensidad, que llegué a sentirme atraído por su persona. La contemplé como a una joven valiente, apasionada, de buena figura, con una bella cara enmarcada en rizos castaños, a la que no le importó dar su vida a cambio de salvarles la cabeza a sus compañeros de lucha. La fascinación que llegué a sentir por ella me llevó a preguntarme si puede uno sentirse seducido por una mujer que fue ejecutada doscientos años atrás. Por aquella época comenzaron mis dificultades para conciliar un sueño reparador, y mi madre empezó a llevarme al doctor Vallejo, un joven psiquiatra, entre cuyas especialidades figuraban los trastornos del sueño, que dirigía el servicio de neuropsiquiatría de una clínica de la Bonanova. Jamás había confiado a nadie el secreto de mis fantasías nocturnas con Charlotte Corday, pero el doctor Vallejo consiguió sacarlo a relucir después de dos o tres sesiones de mantenerme tendido en el diván de su consulta. Y probablemente acertó al establecer sus causas: 
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